Ingeniero Industrial y cuentista
Nació en 1952 en Tumaco. Terminó sus estudios de Ingeniero Industrial en
la Universidad Tecnológica de Pereira en 1977. Se graduó de Especialista en
Finanzas en la Universidad EAFIT de Medellín en 1980. Durante su actividad
estudiantil recibió la Medalla a la Excelencia al mejor alumno del Liceo Nacional
Max Seidel de Tumaco en 1968. En su vida profesional fue condecorado como el
Mejor Ejecutivo del Año Cámara Junior de Colombia de Buenaventura en 1986. Se
inició como colaborador de El País y Occidente de Cali, El Puerto, La Batalla,
y en la Revista Cultural El Chimbilaco de Buenaventura. Ha sido colaborador de
El Magazín El Espectador de Bogotá, en donde le han publicado cuentos y
relatos, y de la revista literaria Las Artes de El Diario de Pereira. Autor del
libro de cuentos “En el mar de sus
recuerdos”, y de los libros por editar “Liderazgo en el Pacífico”, “Mi Batalla en el Puerto, y “Max Seidel El Pedagogo Alemán”;
coautor del libro “Que todo el mundo te
cante” y autor del blog http://oscarseidel.blogspot.es.
Haikus
Marinos
El atardecer
llora su desgracia
al aparecer la noche.
⚓
La agonía del alcatraz
se refleja
en la puesta del sol.
⚓
La bahía
silencia sus luces
al encender el fuego.
⚓
La barca
se pone celosa
al mirar el boga la
luna.
⚓
El tiburón
se enerva
lujuriosa delfín lo
excita
⚓
La palmera
cimbra su cintura
al tocarle los duros
cocos.
⚓
El cielo
estornuda vientos
para enfriar el bohío.
⚓
La brisa
se vuelve huracán
para despeinarla con
ira.
⚓
La mar
ahoga mi corazón
me le entregué a la
mulata.
⚓
La manglaria
grita
con el hachazo mortal.
⚓
El río
se duerme
al penetrar en el
silente estero.
⚓
El caracol
se enconcha
lo trataron como
cangrejo.
⚓
La arena
Recuerda con nostalgia
cuando era roca.
⚓
La gaviota
viaja sobre la ola
hasta llegar a la
playa.
⚓
El amanecer
lucha con la estrella
para despertar el día.
El
alabao
¿Qué hago aquí guardado en un cajón de
madera colocado encima de la mesa, mientras observo que a mi última mujer la
está enamorando en la cocina el malnacido de mi compadre; y a la vez escucho
que entre mis dos mejores amigos están dirimiendo una deuda por que uno de
ellos dice que la mandó a pagar conmigo, y
veo como mi segunda mujer en su borrachera le dice a todos los
familiares y vecinos que yo era malo para el catre?
Parece que me están velando porque
presumen que estoy muerto, y han colocado medio vaso de agua para que calme la
sed en el viaje eterno. Esto se dio
después de recorrer el monte y visitar a mis tres mujeres, de reconocer
a los veinte hijos que tuve con ellas, y tragar en cada parada una damajuana de
guarapo. Al terminar este periplo conyugal todos creyeron que estaba muerto,
muerto de la perra será más bien, y mi última mujer que pensó que me había ido
de este mundo, me encerró en esta caja mortuoria, y de alebrestada me preparó
un alabao.
Ahora trato de recordar cómo empezó la celebración de este ritual:
primero me lavaron el barro que traía
impregnado en la ropa, luego me bañaron con sahumerio, enseguida me enjuagaron
la boca con yedra, y con el zumo de ésta me untaron todo el cuerpo para que no
hediera durante el tiempo que iba a durar el lloro. Y yo no quería ver a mis
tres mujeres juntas porque se armaba la del diablo; tuve que esperar que
llegaran con la recua de hijos, las libras de café, cigarrillos y guarapo para
ofrecer a los asistentes, y hasta trajeron puerco para la última noche; todo esta
parafernalia para que <<Dios me saque las
penas>>.
¿Penas de qué?, si lo que tengo es rabia por tenerme aquí acostado con
el vestido de paño que había guardado para la fiesta de San Pacho; y más bronca
aun la que me da porque a los zapatos que no me había estrenado les abrieron
unos huecos para que pudieran respirar los juanetes que poseo. De haberlo
sabido no me las hubiera dado de difunto.
Difuntos es que van a quedar cuando me
vean levantar de este cajón, después de haberme rezado, cantado, llorado, y
bebido una semana completa. A la primera que voy a zarandear es a mi segunda
mujer por levantar falsos testimonios, y sobre todo por ponerme de burla en la
boca de los parientes. Dizque soy malo
para el catre, y ¿no ve los veinte muchachos que les metí? A los amigos de la
deuda los dejo que se sigan peleando, pero al que no lo perdono es a mi
compadre, mi compadrito del alma, <<cómo se le ocurre
enamorar a mi última esposa>>, ha debido esperar a
que me echaran al hueco bajo tres capas de tierra.
Tierra es la que va a comer toda esta caterva de descarados. Nunca se
había visto que un alabao durara más de nueve días, y ya se han gastado diez. Es el colmo de la
pesadez. Ya me voy a levantar para que ahora si lloren de verdad, y no fingidos
por un trago de guarapo. Cogeré mi machete, perseguiré a mi compadre si es
posible hasta la selva profunda, y cuando lo atrape le daré planazo limpio, lo
traeré al pueblo, alegaré que todo fue producto de la ira e intenso dolor,
pagaré la celebración de su lloro, y entonces despertaré de la catalepsia que
me produjo el exceso de fornique y guarapo.
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